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No tuve el valor, ni fuerzas, para enfrentar a Martín, ni a nadie. Me hundí deseando que pasen rápido las horas.

Aquella tarde no fui a clase de guitarra. Le dije a mamá que tenía examen de matemática al día siguiente, que debía estudiar para mejorar mis notas. Me encerré en mi habitación toda la tarde, y no escuché ninguna vieja canción esta vez.

El sábado me uní al grupo de chicos de mi curso que habían quedado para ir al cine y comer hamburguesas. No tenía ganas de salir en verdad. Creo que sólo buscaba una excusa para no ir al cumpleaños de Clara. 

No sólo no fui a su fiesta, tampoco la llamé. Simplemente desaparecí hasta el martes siguiente, cuando tocaba clase de guitarra. 

Llegué tarde, la clase había comenzado. Me disculpé con la profesora y tomé mi lugar. Intenté no mirar en dirección a donde se encontraba Clara. Al finalizar, tardé muchísimo buscando algo dentro de mi mochila y cuando al fin me atreví a levantar la vista, ya estaba solo en la sala.

De camino a casa, resolví que no podía seguir asistiendo a aquellas clases, por mucho que me gustaran, y en mi mente ensayé las explicaciones que le podría dar a mamá para justificar mi decisión.

Busqué el momento para decirle que ya no quería estudiar guitarra en la Academia. Basé mi argumento en que quería centrarme en seguir levantando las notas de la escuela y que las prácticas de música cada vez me demandaban más tiempo. Mi mamá escuchó toda la explicación y cuando acabé de contarle, entonces dijo:

— Bueno, si no querés seguir con la guitarra, es tu decisión, pero sería una pena con lo mucho que te gusta. He visto, durante estos meses, lo que disfrutas yendo a clases, el empeño en las prácticas, el buen equipo que hacés con Clara…

Algo debió haber cambiado mucho en mi expresión, porque entonces mi mamá continuó:

— ¿Me vas a contar lo que realmente pasó? Se trata de Clara ¿verdad?

Sentí cómo la bola de angustia que había estado conteniendo la última semana se me manifestaba con sabor a lágrimas en la boca y calor en la cara.

Mi mamá escuchó, paciente, cuando le conté lo sucedido: la invitación al cumpleaños, lo que pasó en la tienda de ropa, las burlas en la escuela… Al acabar mi relato, sorprendentemente, me sentía bastante mejor. Seguía triste y contrariado, pero al menos la angustia, que me ocupaba el pecho como si fuera una masa sólida, ya no estaba.

— Estoy segura de que vos sabés lo que querés hacer y lo que necesitás, sólo tenés que encontrar tu manera de hacerlo. Si Martín es realmente tu amigo, se va a alegrar de verte bien, decidas lo que decidas.

Dormí tranquilo por primera vez desde que sucedió lo de la tienda, y a la mañana siguiente sabía lo que tenía que hacer. Al salir de la escuela fui, solo, a comprar la remera. Por el camino ensayé una disculpa sincera para Clara. Le iba a contar la verdad, tenía que arriesgarme, de otra forma no podría volver a ser su amigo, o lo que ella quisiera que llegáramos a ser si me perdonaba.

Esa misma noche, cambié mi foto de perfil.

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